Miles de libros en
inglés, miles de libros en español
Charabón estuvo de paseo por Los
Ángeles, California, Estados Unidos.
Conducido por un hilo invisible,
por instinto o intuición, divisó una cúpula piramidal que entrecortaba las
nubes como haciéndose lugar entre los rascacielos del Downtown. Llegó al
edificio de la Biblioteca Pública Central y permaneció ensimismado, en el más
profundo silencio interior, observando el hall del edificio que es antesala del área dedicada a los niños.

El recinto central se encuentra
ornamentado con un impresionante mural
pintado por artistas oaxaqueños, que sobre una base color rojo ardiente,
dan significado a una cultura ancestral con toques modernistas. Bajo el título
“Visualizando el lenguaje: Oaxaca en Los Ángeles, se expuso durante un año en
pleno distrito financiero, el orgullo de su pertenencia. Es paradojal que este
par de artistas, con visa de turistas (disculpen la rima) y sin permiso para
trabajar, narren por medio de su técnica gigantesca, la historia de
colonización de California y su visión contemporánea.
Traspuesta la entrada que a Charabón
le inquietaba visitar, se abrió ante sus
ojos una superficie enorme con incontable acervo literario. Las bibliotecas
reposaban sobre alfombrado con diseños infantiles, coloridos, sobre un verde
malva orgulloso. Amplias maderas ilustradas con pasajes de cuentos, coronaban
el ambiente propicio para la lectura y unas lámparas de medio pie,
ofrecían el toque hogareño. Sillones, mesas,
computadoras, vitrinas, rincones, eran iluminados por la luz solar que se hacía
paso a través de las ventanas.
Charabón se impresionó cuando percibió
que desde una vitrina le hacían guiñadas y morisquetas. Casi se espanta cuando
descubrió que los personajes de Donde
viven los monstruos del genial
Maurice Sendak, lo invitaron a seguir su juego.
Miles de libros en inglés, miles
de libros en español. Recorrer los estantes, tocar los libros, acariciar el
lomo, hojear las páginas de autores conocidos y de los otros, fue una vivencia
especial.
La definición de un recinto para
los más chiquitos, con libros al alcance de su estatura, confirmaría
la esencia de la literatura infantil, de lo vital, donde todo se puede.
Una mamá que leía a su bebé sentado en la falda, lo abrazaba con la palabra e
imagen. Más allá, el hermano recostado entre almohadones, se solazaba
contándose un libro elegido por él.
Al salir del edificio, un parque
con fuentes de agua, árboles frondosos y pequeñas esculturas, parecen retener
al visitante por siempre. Sobre la vereda, unos buzones de metal de
considerable tamaño, esperan con sus bocotas abiertas, la devolución de los
préstamos que los usuarios realizan a cualquier hora.