Me convertí en fan
Rébecca Dautremer firmando libros en Puro Verso |
El escritor, sin saber el idioma, tenía dedicatorias traducidas al castellano para cada libro |
Algunos
años atrás, creía que el acto de ubicarse a ambos lados de una
alfombra roja con el propósito de “estar ahí” cuando tu actor
favorito posara para las fotos, o el permanecer de pie durante horas
a la espera de que tu autor preferido firmara la primera página de
tu ejemplar, significaban una pérdida de tiempo. Hoy en día, luego
de dirigirme a la Ciudad Vieja en un horario y fecha impropios, pues
no tenía seguridad de regresar a casa debido al receso de transporte
que se avecinaba, y verme cruzar el umbral de la majestuosa librería
Puro Verso abrazada a mis libros con el corazón palpitante,
descuento que he cambiado de opinión.
Me
convertí en fan. En otras palabras, o en las mismas, soy una
admiradora, entusiasta, seguidora y fanática de estos visitantes. En
la planta baja se exhibían todas sus creaciones junto a la
publicidad del encuentro y se nos entregaban
marcadores con el número que nos ordenaría en fila. En el primer
piso ya se habían reunido ilustradores y mediadores nacionales, que
llegaron para una charla previa. Me situé en un lugar estratégico
de modo de obtener las primeras fotos. Dautremer estaba hablando en
español, se esforzaba con el idioma. Sin embargo, era tal su
simpatía y buena disposición que la traductora acompañante fue
casi eximida de su trabajo.
La artista "firmaba" con un dibujo cada libro que le acercaban |
Rébecca
Dautremer mostraba, enseñaba, ilustraba sobre su obra. Aplausos y
más aplausos. Bajamos la escalera señorial para ubicarnos de tal
forma de quedar en posición organizada. Entre el público interesado
pude detectar a pequeñas familias, docentes, periodistas,
escritores, fotógrafos, antropólogos y una inmensa alegría de
pertenecer a este universo original. La conversación hacía la
espera más amigable. Se entrecruzaban datos y libros, se comparaban
ediciones. Se admiraban trazos, líneas, detalles.
De
espaldas a la baranda del espacio literario, se sentaban ambos. “Son
pareja”, “tienen hijos”, se oyó por ahí. Mientras la fila
avanzaba, pude ver que su presencia se apoderaba de nosotros. Le
Thanh y su mujer firmaban libros. Cuando llegó mi turno, le hice
saber que admiraba su buen humor y que aunque hubiera leído cientos
de veces sus textos, siempre volvía a reír. A ella le agradecí por
la delicadeza y la minuciosidad de su trabajo.
Poco
después, cada uno de ellos estamparía su sello personal, en los
libros que para tal propósito habían sido elegidos de mi
biblioteca. Babayaga
(una ogresa-comeniños) y Cyrano
(basado en Cyrano de Bergerac) se volvieron un tesoro incalculable.
En casa quedaron a la espera Princesas
olvidadas o desconocidas y
La tortuga gigante de Galápagos. Mi
futuro adivina otros títulos que irán conformando la colección.
Regresé
a casa con el corazón ensanchado de felicidad◈
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